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La historia de Bambù

Hace muchos años, cuando estaba pensando en hacerme misionero, leí una pregunta que le hicieron al famoso evangelista Paul Rader: “¿Por qué los obreros son siempre tan pocos?” Él respondió: “Parece que no nos dejamos quebrantar con facilidad, y Dios solo puede usar a hombres y mujeres quebrantados”.

El texto seguía así: “¡Qué verdad tan grande! ¡Dios solo puede usar hombres y mujeres quebrantados, ningún otro le vale! Los otros tienen demasiada confianza en sus propias fuerzas! Dios tiene que romperlos, derretirlos y moldearlos de nuevo, en manos del alfarero, para convertirlos en mejores vasijas. Pero Él no les obliga. El quebrantamiento depende de cada uno, de tu sumisión y deseo de aceptarlo, de tu humildad, que es lo mismo que tu amor, para que estés dispuesto a ir a cualquier parte, a cualquier hora, y a hacer cualquier cosa por cualquier persona, para complacerle y ayudar a los demás”.

Estas palabras me inspiraron a darle mi vida al Señor por entero, a trabajar para Él y para los demás a tiempo completo, hasta que, treinta y dos años más tarde, me las recordó y me advirtió que iba a tener que quebrarme de nuevo y moldearme como “otra vasija” (Jeremías 18:4), para que pudiera serle útil a la obra del Maestro, listo para un nuevo ministerio que iba a asignarme. Para que se me quedara claro lo que estaba a punto de hacer con mi vida, me llevó a leer lo siguiente:

La historia de Bambú …

Bamboo

Había una vez un jardín precioso. Y allí, en el frescor del día, se encontraba el Maestro horticultor, que salió a dar un paseo. De todos los habitantes del jardín, el más bello y amado era un afable Bambú. Año tras año, Bambú crecía y se volvía cada vez más hermoso y más consciente del amor y admiración que le tenía su amo. Aún así, Bambú seguía siendo modesto y gentil. A menudo, cuando Viento venía a festejarse en el jardín, Bambú dejaba a un lado su dignidad y bailaba alegre, lanzándose y balanceándose, saltando y arqueándose en gozo. Dirigía la gran danza del jardín, que tanto complacía el corazón de su Maestro.

Un día, el Maestro se acercó a contemplar a su amado Bambú. Con los ojos llenos de curiosidad, Bambú agachó su grandiosa cabeza en cordial saludo.

El Maestro habló: “Bambú, Bambú, quisiera usarte”.
Bambú contestó, “Maestro, estoy listo, úseme como quiera”.
“Bambú”, la voz del Maestro se tornó más grave, “tendría que cortarte”.

cuttingA Bambú le entró un gran escalofrío. “¿Cór…tar…me? ¿A mí, a quien usted, Maestro, ha convertido en la más bella del jardín? ¿Cortarme? ¡Eso no! ¡Por favor! ¡Úseme para alegrarle, Maestro, pero no me corte!”
“Bambú”, la voz del Maestro era aún más grave, “si no te corto, no puedo usarte”.
Nada se movía en el jardín. Viento contuvo la respiración. Bambú, despacito, agachó su gloriosa cabeza. Se escuchó un susurro. Bambú contestó, “Maestro, si no me puede usar a menos que me corte, entonces hágase Su voluntad. Corte”.

“Bambú, mi querido Bamboo, también tendría que cortarte las hojas y las ramas”.
¡Maestro, Maestro, tenga piedad! Puede cortarme y echar mi belleza a la tierra, pero ¿también debe quitarme las hojas y la ramas?

flowing “¡Ay, Bambú! Si no te las quito, no puedo usarte!”. El sol escondió su rostro. Una mariposa que revoloteaba se alejó temerosa. Bambú, temblando al pensar en su futuro, susurró: “Maestro, corte”.

“Bambú, Bambú, tendría que dividirte en dos y sacarte el corazón. Si no hago esto, no podré usarte”.
“Maestro, Maestro, corte y divida”.

Así pues, el Maestro del jardín tomó a Bambú, lo cortó, le despojó de sus ramas y hojas, lo dividió en dos y le sacó el corazón.

Alzándolo con suavidad, le llevó a un nacimiento de agua fresco y cristalina en medio de los campos de sequía del Maestro. Luego el maestro colocó tiernamente un extremo de su amado Bambú en el nacimiento y el otro en el canal seco del campo.

wateringCon su canto de bienvenida el agua cristalina corría con alegría por el canal del cuerpo quebrado de Bambú hasta los campos sedientos.
Se plantó arroz y pasaron los días. Los brotecillos crecieron. Llegó la cosecha. Ese día Bambú, que había disfrutado de tanta gloria en su época de hermosura esbelta, se veía aún más hermoso en su quebranto y humildad.

growing Pues en su esplendor reflejaba vida en abundancia. Pero en su quebranto se había tornado en canal de abundantes aguas para las tierras del Maestro.

“Y les dijo: Cualquiera que quisiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque el que quisiere salvar su vida, la perderá; y el que perdiere su vida por causa de Mí y del evangelio, la salvará”. (San Marcos 8:34,35).

“De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, él solo queda: mas si muriere, mucho fruto lleva”. (San Juan 12:24)

… mi vida!

No hace falta decir que esta ha sido la historia de mi vida, sobre todo en los últimos tres años. Cuando pensaba que estaba en la cúspide de mi servicio al Señor, me llevó a un sitio solitario donde me pudo quebrantar y rehacerme en una vasija nueva. Hace poco más de un año, sufrí dos ataques al corazón, el cual se paró durante unos cuantos segundos. Cuando regresé a esta vida, me di cuenta de las necesidades de los “corazones quebrantados”.

Cuando estaba recostado en la unidad de cuidado intensivo, vi la necesidad de los otros pacientes que había ingresados conmigo en el hospital de cardiología y también la necesidad de las enfermeras y de los doctores. El Señor me mostró que el mundo entero está lleno de corazones quebrantados y que éste sería precisamente mi nuevo ministerio: Sanar corazones quebrantados.

Ahora me alegro y grande es mi gozo, “pues el Altísimo ha hecho grandes cosas por mí, y glorifico su nombre” (San Lucas 1:49).